Vida Cristiana/Nª
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(Números 28:2): “Manda
a los hijos de Israel y diles: Mi ofrenda, mi pan con mis ofrendas encendidas
en olor grato a mí, guardareis, ofreciéndomelo a su tiempo”
Hay intervalos en las fiestas de Jehová, como es el de los cincuentas días.
Entre la Resurrección del Señor y el descenso del Espíritu Santo,
transcurrieron cincuenta, (50) días. Los discípulos del Señor aprendieron a
conocer un Cristo resucitado. Unidos a un Cristo muerto, pero resucitado,
elevado en la gloria, y que ha de volver pronto. Dios ha hallado su reposo absoluto
en la obra de Cristo, y para nosotros, la base de nuestro reposo se halla en el
suyo propio. El cordero pascual es ade4más el alimento de aquellos que están al
abrigo por su sangre. (Éxodo 12, 13).
Pocos días, después de la profunda aflicción que debe acompañar la fiesta
de las propiciaciones, sucedía el gozo de la Fiesta de Los Tabernáculos. Gozo y
bendición de Israel en su tierra, anticipos también del cielo, gozo eterno de
todos los redimidos prefigurado por el octavo día, “el gran día de la fiesta”.
En fin, Deuteronomio 16, menciona las tres grandes fiestas: La de Pascua y
panes sin levadura, la de Pentecostés y, la de los Tabernáculos. La Pascua
acordaba la aflicción en Egipto, Pentecostés prenunciaba el gozo compartido con
los gentiles, (los dos panes), y los Tabernáculos, el gozo completo.
Así, de día en día, de semana en semana, mes en mes, y de año en año
marcharemos hacia aquel “octavo día, el día de la eternidad.
Esperando, la realización de esos gloriosos tiempos, anunciado por profetas
a Israel. La Iglesia, esposa celestial, posee por la Fe, ya un anticipo de ese
gozo futuro, tanto en lo que simboliza el octavo día. El gran día de la fiesta,
como en el glorioso reposo Milenial, mediante la presencia del Espíritu que
cautiva su corazón en la belleza del esposo.
El octavo día, el gran día de la fiesta, Jesús se manifiesta públicamente,
y dirigiéndose, entonces a todos los que sentían la vacuidad de una fiesta,
donde Dios estaba excluido. En la peña de Horeb, el pueblo bebió de la roca
herida, cuyas aguas que jamás faltaran le preservó la vida, pero, ahora todos
los que tienen sed pueden acudir a Jesús, la verdadera peña que iba a ser
herida, y tomar del agua de vida que Él solo puede dar.
En todas las fiestas, se debían ofrecer sacrificios en particular
holocaustos, (números 28:29), durante la mayor parte de los días solemnes.
En el curso de la larga historia de Israel, estas fiestas a menudo fueron
olvidadas, descuidadas y mal observadas: pero, El Espíritu de Dios se complace
en subrayar las ocasiones en que la pascua o La Fiesta de Los Tabernáculos
fueron celebradas, según las ordenanzas y, con el gozo de una reencontrada
comunión con Jehová. Hay momentos en que Dios nos quiere hablar o, restaurar
nuestras almas para hacernos progresar espiritualmente. Sepamos escuchar y
humillarnos ante Él.
En el Ciclo de las siete fiestas, Pentecostés ocupa el centro, el desenlace
de las tres primeras. En cierto sentido, las fiestas habrían podido terminar
allí, sí el Espíritu de Dios no hubiera tenido en vista la restauración futura
de Israel, tipificadas en las tres últimas. Asimismo, en la vida real del
creyente, la restauración es necesaria. Era celebrada, cincuenta días después
de las fiestas de las primicias. Se puede pensar que la gavilla era presentada
al día siguiente del sábado posterior a La Pascua. De manera que Pentecostés,
tenía lugar en la primera mitad del tercer mes lunar.
Ellos, debían aprender a un Cristo resucitado, lo que no tuvo lugar sin
dificultad Él los alimentó en Emaús y a orillas del Mar de Galilea. Dos veces,
se les presento el primer día de la semana, como centro de su reunión. Los
constituyó testigos suyos, finalmente fue alzado en gloria. Desde ese momento,
nuestro pensamiento ya no se orientará hacia la tierra, sino hacía allí, donde
Cristo está sentado a la diestra de Dios, padre. Ya no, como un Cristo muerto,
ni siquiera con un Cristo ensalzado en Gloria, sino un Cristo glorificado en
Gloria que ha de volver, y que estamos identificados con Él.
(Juan 4:23): “Más la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el padre
tales adoradores busca que le adoren.”.
Josué 5:10-12, describe la celebración de La Pascua en Canaán, después del
cruce del Jordán y la circuncisión. Se allá acompañada de alimentos nuevos: el
trigo del país de años pasados, (Cristo en los consejos de Dios), panes sin
levadura, (perfección de su andar), espigas nuevas tostadas, (recuerdo de sus
sufrimientos). ¡Qué bendición es haber salido del mundo, ser libres de toda
esclavitud, haber entrado en la realidad de las bendiciones divinas!
A través de los siglos, la Pascua, sin duda fue celebrada numerosas veces,
aunque la Palabra se limita a mencionar solo siete ocasiones, entre ellas la
que celebraron Ezequías y Josías, cuando la energía de la fe de un hombre
provocó un despertar, un anhelo de celebrar el memorial.
(2ª Crónicas 30 y 35).
(Isaías 26:8): “También en el camino de tus juicios, oh Jehová, te hemos esperado;
tu nombre y tu memoria son el deseo de nuestra alma”
(Éxodo 12:26- 27) “Y cuando os dijeren vuestros hijos: ¿Qué es este rito
vuestro? Vosotros responderéis: Es la víctima de la pascua de jehová, el cual
pasó por encima de las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a
los egipcios, y libró nuestras casas. Entonces el pueblo se inclinó y adoró”.
La unidad del pueblo de Dios se expresa participando todos de un solo
Cordero, hecho centro de todos sus afectos y, de su reunión. Todos participaban
del Cordero, una porción completa para cada uno.
El octavo día, de la fiesta, anticipo del cielo y del gozo eterno de todos
los redimidos.
La luna, era un astro creado como lumbrera menor para que señorease en la
noche.
(Génesis 1:16): “E hizo Dios las dos grandes lumbreras; la lumbrera mayor
para que señorease en el día, y la lumbrera menor para que señoreasen la noche;
hizo también las estrellas.”.
(Salmo 136:9): “La luna y las estrellas para que señoreasen en la noche,
porque para siempre es su misericordia”.
Casó todas las naciones vecinas de
Israel la consideraban como objeto de culto. Los antiguos dependían de la luna
para fijar meses y años festivos, siendo ocasión de alegría. Se celebraba con
sonido de trompeta, >> orphan<<, y sacrificios especiales.
La Biblia, enseña que Dios, quien hizo la luna, tiene el poder de
detenerla. La luna es símbolo de su fidelidad, y cuando aparezcan señales en
ella será indicio de que el fin de todo se aproxima. Más allá, Abraham del
culto a la luna en Ur y Harán, Job lo reconoció como malo y Moisés lo prohibió.
(Habacuc 3:11). “El sol y la luna se pararon en su lugar. A la luz de tus
saetas anduvieron. Y al resplandor de tu fulgente lanza.
(Salmo 72:5): “Te temerán mientras duren el sol y la luna, de generación en
generación”.
Los meses eran lunares, la luna nueva marcaba su comienzo. El año comenzaba
en marzo- abril, y su séptimo mes coincidía con el primer mes del año civil,
que comenzaba en otoño, septiembre- octubre.
(2ª Reyes 4:23): “Él dijo: ¿Para qué vas a verle hoy? No es luna nueva ni
día de reposo. Y ella respondió: Paz.
(Salmo 81:3): “Tocad la trompeta en la luna nueva. En el día señalado, en
el día de nueva fiesta solemne”.
(Jeremía 7:18): “los hijos recogen la leña, los padres encienden el fuego,
y las mujeres amasan la masa para hacer tortas a la reina del cielo y para
hacer ofrendas a dioses ajenos, para provocarme a ira.”.
Lo esencial, es hacer de La Palabra algo directo entre Dios y nosotros,
como creyentes- discípulos. Es la confirmación de nuestras opiniones para algo
necesario en nuestras vidas. La Biblia es el alimento de luz, guía, de
consuelo, autoridad, de fuerza, para todo en fin lo que el alma puede necesitar
de lo primero a lo último.
Las Escrituras, es un tesoro, y por lo tanto, inagotable, en la cual Dios
ha proveido abundantemente a todas las necesidades de su pueblo, y para cada
creyente en particular. De modo que debemos estudiarla y, excavar profundamente
en ella, y tenerla atesorada en nuestros corazones, lista para ser empleada,
cuando la necesidad lo demande.
Todo, es clarísimo, desde Génesis hasta Pentecostés. Es necesario borrar
todo rasgo de Idolatría, porque llevamos su Nombre en nuestro interior. Para
ellos, como judíos, y luego con los Gentiles y el apóstol Pablo, solo debe
haber “el Dios uno”, la Unicidad en el Señor, >> Padre, Hijo y Espíritu
Santo<<, Es un solo pueblo. Es La Palabra dada como Verbo. Él, es objeto
de nuestra Adoración y santificación en Alabanza y Oración nuestra.
(Jueces 6), (Levítico 23). Solo en la Fiesta de Tabernáculo y Pascua, un
octavo día).
* Emiro Vera Suárez, es miembro en comunión de La Asamblea Congregada en el
Nombre del Señor en Calle Anzoátegui


