La Tecla Fértil
Desde la década de 1920, Inglaterra vivió un notable
florecimiento del trabajo social religioso cuyo propulsor más destacado fue William
Temple –obispo de Manchester y York que llegó a ser arzobispo de Canterbury
como su padre- que cuando el Partido Laborista llegó al poder por primera vez
en 1924 él organizó la Conferencia sobre Ciudadanía, Economía y Política
Cristiana –COPEC- bajo la creencia de que el cristianismo debería estar en el
corazón de la nación, junto a la idea de que se debía impulsar un programa
social reformista y radical. Es más, la COPEC estuvo precedida de un ingente
trabajo de preparación por parte de expertos sobre industria, propiedad,
delincuencia, ciudadanía y política. La COPEC convocó a todos los cristianos a
hacer cuanto pudiesen para hallar y aplicar un remedio al paro recurrente, a
presionar con vigor para que se pusiesen en marcha planes eficaces de construcción
de viviendas por iniciativa del Gobierno central o de la administración local,
sobre todo para los adolescentes en paro, cuya situación quizá sea la más
lamentable de todas las deplorables características actuales de nuestra vida
social […] “instamos a que no se eleve de inmediato la edad para finalizar la
escuela a los dieciséis años y que se reduzca con la máxima rapidez el tamaño
de las clases”. Recordemos que muchas de esas ideas, devenidas del espíritu de
la Unión Social Cristiana del periodo de entreguerras mundiales, fructificaron en
el Estado de Bienestar que se instauró en Europa tras 1945; aunque inicialmente
se tildaron de inoportunas en Inglaterra
Para acabar, la nueva religión aprovechó la gran hambruna
de 1921-1922, en gran medida producida por la confiscación de víveres y semillas
por parte del Gobierno, para inventariar las propiedades de la Iglesia y
prohibir la ayuda de esta a los hambrientos. A la par, Trotski recibió la orden
de hinchar una campaña contra la Iglesia y confiscar sus bienes, mientras Lenin
presionaba para que se entregasen también los objetos de valor, esenciales para
la celebración de la Eucaristía. Pero no debemos olvidar que en los muelles
rusos se amontonaba una ayuda extranjera tan ingente, que los rusos no tenían
transportes suficientes para poder distribuirla. Eso sí, la confiscación de los
bienes eclesiásticos siguió adelante mientras Moscú declinó la oferta del
Vaticano de una suma equivalente a los bienes eclesiásticos confiscados. En
1938 habían perdido la vida ochenta obispos, miles de eclesiásticos estaban
encerrados en el campo de trabajo de Solovetski, un antiguo monasterio en una
isla del mar Blanco, y la Iglesia era una organización casi clandestina. Los
bolcheviques saqueaban las iglesias, hacían un escrutinio científico a los
iconos y las reliquias religiosas, abrían los ataúdes y las tumbas eran
abiertas para sacar los restos humanos, se construyeron 44 museos
antirreligiosos para el fomento del ateísmo, se convirtieron las iglesias en
centros seculares como cines o teatros, se dinamitó a las iglesias más grandes
para hacerlas desaparecer y se organizaron contra actividades para hacer
olvidar las celebraciones religiosas tradicionales. Estas atrocidades también
eran parte del legado de una mitología de izquierda que se remontaba a los jacobinos.
Y como ocurrió también en la Francia revolucionaria, Lenin comprobó como el
culto utópico del hombre prometeico y sus máquinas, de los trenes rápidos, los
tractores y la electricidad, no tenía potencial para enfrentarse a un Dios
único; aunque el comunismo le elevase a la condición de Caudillo elegido por la
gracia de Dios, hasta el punto de momificarlo tras su muerte y exponerlo
públicamente como el san Vladimiro de la Revolución de Octubre, como dijo
Robert Service.
Por su parte, el marxista Benito Mussolini llegó a ser
una estrella en ascenso en el ala izquierda revolucionaria del Partido
Socialista Italiano, a la par que fue nombrado en 1922 director del Avanti, el
principal periódico del socialismo trasalpino. Mussolini era hijo de un herrero
anarquista y una maestra piadosa que ejercía de periodista y hablaba con
fluidez alemán y francés, y algo de inglés; muy aficionado al darwinismo social
–Nietzsche y Georges Sorel- comenzó a disentir del marxismo porque no veía cómo
conciliar el Hombre Nuevo –superior- con el igualitarismo social, las masas y
la falta de elemento moral del hombre. Así, fundaría el periódico Popolo d´
Italia que, tras regresar del servicio bélico, transformó en un opúsculo
político denominado Fasci di Combattimento para reunir a la élite –creada por
la Guerra-, que debía regenerar la humanidad bajo una concepción semirreligiosa
de la política. Recuerde usted, que la Gran Guerra destruyó el mito de la
solidaridad proletaria internacional, creando las condiciones afectivas para el
desarrollo del credo fascista elaborado con la experiencia de la trincherocracia,
donde la sagrada pandilla vivía y moría junta. Esta vocación miliciana pronto
se orientó hacia las acciones de terror a la izquierda internacionalista, en
las provincias rojas como el valle del Po o la Italia Central. Así el fascismo
afirmaba representar al Partido del Orden, mientras los Partidos Liberales en
quiebra, se difuminaban ante un movimiento socialista dividido. Dicha
estrategia pronto sería utilizada por Hitler en Alemania. En este contexto, no
les extrañará si les recuerdo que, en 1921, 35 fascistas penetraron en el
Parlamento “como miembros de una coalición nacional presidida por el veterano
estadista liberal Giolitti, que imaginaba que podría asimilar al fascismo.
Mediante acuerdos y clientelismo. Predijo así confiadamente: “Veréis. Los
candidatos fascistas serán como fuegos artificiales. Harán un montón de ruido,
pero no dejarán nada más que humos” .
Pero Giolitti no comprendía que el fascismo no era más que una forma de
continuar la guerra y de transformar sus valores en una religión civil bajo la
bandera del patriotismo común, que buscaba trascender los estrechos horizontes
de la política convencional de clases. El fascismo era una anti política que lo
abarcaba todo bajo potentes mitos de veneración cuasi religiosa que
promocionaban una jerarquía militarizada, la abolición de las distinciones
entre lo privado y lo público y el uso del carnet del Partido como clave de
ascenso en todos los ámbitos de la vida. El fascismo era una forma de culto al
Estado o estadolatría como lo calificó Luigi Sturzo, donde los enemigos, reales
o imaginarios, eran objeto del control y la violencia del Partido. Recordemos
que su argumentario político afirmaba aquello de: “El puño es la síntesis de
nuestra teoría”. Es decir, la razón era sustituida por la violencia en pro de
una Revolución antropológica para desarrollar un hombre nuevo y un
corporativismo económico, que superficialmente sintetizaba con el catolicismo
social.
En 1926 el nuevo Régimen de
Mussolini introdujo un nuevo calendario, donde se proclamaba el octubre de 1922
como el advenimiento del Año 1, en una evocación evidente de sus antepasados
jacobinos; pero con la variante de que el Partido decidió celebrar la
Conciliación con la Iglesia, olvidando su tosco anticlericalismo, para asentar
su Régimen ante la amenaza roja. Es más, el propio Mussolini afirmó en 1932: “El
fascismo es una concepción religiosa en la que el hombre establece una relación
inmanente con una ley superior y con una Voluntad objetiva que transciende al
individuo particular y la eleva a la pertenencia consciente a una sociedad
espiritual” .
En esta línea, evitaron la desmesura jacobina y bolchevique de crear un “Dios”
propio, o la de erradicar la idea de Dios de la mente y los corazones del
pueblo llano; aunque sí siguieron la tradición jacobina y bolchevique de
endiosar al César como también lo haría el nacional-socialismo alemán. Dicho
sistema de alianza práctica con la Iglesia bajo un caudillaje político, también
llegó a España con el Régimen autoritario, que no fascista, de Franco al que
Mussolini apoyó desde la sublevación militar a la que se unió, en 1936.
Pero no debemos olvidar,
que la amenaza del bloque de izquierdas radicales –republicanos y socialistas-
llevó a Gobiernos liberales como el italiano de 1909 a buscar la alianza con la
Iglesia católica, que propició que los liberales introdujesen el sufragio
universal en 1912 con el llamado Pacto Gentiloni.
Por ende, no es de extrañar que muchos
expertos contemporáneos intentasen desarrollar similitudes entre los
bolcheviques y las comunidades religiosas como la Compañía de Jesús.
El bolchevismo reprodujo
ostensiblemente el poder del dualismo tradicional Iglesia y Estado, pero el
desarrollo de la nomenclatura –estructura del Partido paralela e infiltrada en
el Estado- instauró en Rusia, como afirmaba Kotkin, <<una especie de
teocracia>>, donde el Estado era el responsable de la administración
técnica y el Partido de la orientación global hacia la edificación de una
sociedad socialista y la ortodoxia ideológica. Así, la secta mutó hasta
convertirse en una iglesia hierocrática donde ni los pensamientos quedaban
fuera del alcance del Partido. Las reuniones del Partido eran servicios muy
ritualizados, celebrados bajo la mirada de los iconos de Marx, Engels, Lenin y
Stalin –o los sustitutos locales- y repletos de banderas y demás parafernalia
para desarrollar unas reuniones que eran unas extravagantes profesiones de
lealtad y de fe. Y para los casos de aparición de cualquier rumor crítico
contra la dirección, por haber provocado desbarajustes sociales por la
industrialización intensiva y la colectivización forzosa, se practicaban las
purgas, como rituales de degradación pública, en una coyuntura en la que sus
posiciones internacionales -<<sociales fascistas>>- parecían
perversas. La Inquisición medieval guardaba cierto parecido con el modus
operandi del Partido Comunista; con la única diferencia, de que la Inquisición tenía
la tortura como parte integrante, reconocida y legal, de sus actividades, y
sólo los herejes que no se arrepentían eran ceremonialmente quemados. Los
soviéticos jamás reconocieron públicamente el uso de la tortura y la confesión
sólo te otorgaba una muerte rápida o la desaparición en los campos de
concentración. Es más, en el universo soviético la confesión era el aporte de
la sustancia necesaria para alimentar la quimera de las conspiraciones
ramificadas, que permitía la teatralización de la existencia del mal contra el
cual la NKVD está desarrollando una lucha buena, tanto como, la depuración de
los cuadros dentro de la propia cultura sectaria del Partido.
Por otra parte,
. La sociedad perfecta, que
deseaban los bolcheviques debía alcanzarse erradicando a cualquier cosa o
persona que supusiese un obstáculo para alcanzar la nueva sociedad y el hombre
nuevo. Recuerde usted la admiración de Lenin por el tratado utópico de Tommaso
Campanella, La ciudad del sol, donde la familia, el dinero y la propiedad
privada eran abolidos, la reproducción se controlaba por la intervención
eugenésica, la gente se criaba en dormitorios comunales, todos vestían ropa
blanca, la virtud más elevada era la laboriosidad, la sociedad solar era
jerárquica y autoritaria… coreografiadas con desfiles, ritos y rituales. -.
.. Estas explicaciones
ideológicas de la realidad eran en el fondo una deformación de dicha realidad
al limitar la explicación al mundo temporal. No olvidemos que sin un código
moral que emanase de algún Dios trascendente, no quedaba nada que les inhibiese
ni les impidiese utilizar cualquier medio para lograr su objetivo, desde la
mentira propagandística hasta el asesinato masivo, de poder traer el cielo a la
tierra. La verdadera clave de la insana amoralidad que desencadenaron el
comunismo y el nacional-socialismo en las sociedades donde impusieron con
violencia su irreal sueño ideológico.
El izquierdista heterodoxo
austriaco Franz Borkenau, habitualmente conocido por sus libros sobre la Guerra
civil española, cambió su forma de pensar para horror de la izquierda. Borkenau
se convirtió en un renegado al abandonar el departamento de investigación de la
Komintern de la Embajada soviética de Berlín tras la subida al poder de Adolf
Hitler y tras una vida de exilio –Viena, Londres, París, Panamá, España y
Australia- acabó trabajando con los Servicios de Inteligencia
anglo-estadounidenses en la campaña de propaganda antinazi. Es más, tras la
guerra volvió al periodismo en Frankfurt y terminó siendo uno de los primeros
intelectuales reclutados para el Congreso por la Libertad Cultural desarrollado
por la CIA en Alemania. En este contexto, Borkenau publicaría en 1940, El
enemigo totalitario, donde vinculó al marxismo y al nacional-socialismo como
una forma que la izquierda consideró herética: La esencia de estos credos
revolucionarios es la creencia de que ha llegado el día final de salvación, de
que el fin del milenio en este mundo está cerca, de que los instrumentos
elegidos por Dios deben poner fin a todas las jerarquías y refinamientos de la
civilización con el fin de traerlo; y esa felicidad, esa simplicidad y esa
virtud completa, pueden lograrse mediante la violencia”.
De aquí que pensase que los
nacional-socialistas eran cristianos negativos en un Estado de rebelión feroz
contra los principios del cristianismo y adoradores por tanto de todo lo que se
considera satánico en la tradición cristiana. Borkenau llegó a preguntarse ¿Qué
otra cosa era la creencia divina especial del pueblo alemán sino la idea judía
del pueblo elegido transferida a Alemania? ¿Y qué era el nazismo, sino que los
alemanes eran el pueblo elegido por Dios para regir y salvar el mundo bajo la
tutela de Hitler, como el profeta elegido por el pueblo elegido?
. El Vaticano, Chile, Perú y Brasil criticaron abiertamente al Gobierno
de Calles, mientras los Gobiernos europeos mantuvieron silencio para no poner
en peligro sus inversiones en México. Ejemplo de ello fue la fría respuesta del
Ministerio de Asuntos Exteriores británico a la situación de los católicos en
México, ya que Calles se había preocupado de que los credos protestantes no
fueran objeto de sus acciones anticlericales. Eso sí, los Estados Unidos no
dudaron en apoyar al Vaticano para rebajar las agresiones del Gobierno de
Calles. Y fue realmente el buen hacer mediador del Embajador estadounidense
Dwight Morrow el que permitió que se reanudasen los cultos religiosos, el
derecho a recibir instrucción religiosa al menos en las iglesias y el derecho
de los clérigos a solicitar la reforma o la derogación de cualquier ley como
ciudadanos rehabilitados, cuando Calles fue sustituido de nuevo por Obregón.
No olvidemos que, el Frente
Popular en el que se unieron todas las izquierdas españolas, por obra y gracia
de la Internacional Comunista dirigida desde Moscú, convirtió el primer
experimento democrático de España en un Gobierno anticlerical y revolucionario,
que en la Constitución de 1931 excluyó a la Iglesia de la educación, limitó sus
derechos de propiedad e inversiones, prohibió a los jesuitas, legalizaron el
divorcio y el matrimonio civil, obligaron a pedir un permiso oficial para
cualquier celebración religiosa, nacionalizó las propiedades de la Iglesia en
una ley suplementaria de 1933, secularizó los cementerios, gravó al clero con
impuestos, tomó medidas contra las obras de beneficencia de la Iglesia
católica… Así convirtieron a España en uno de los lados del terrible triángulo,
junto a Rusia y México, cuyo objetivo era erradicar la religión; y el dirigente
socialista español Manuel Azaña pudo aclarar que las leyes de 1931 habían hecho
que España hubiese dejado de ser católica. En estas circunstancias no se
sorprenderán si les digo, que la opinión católica abrumadoramente se alineó con
el conservadurismo español, que con estas leyes anticlericales y su programa
político revolucionario, consiguió que en 1933 Gil Robles uniese a unos
cuarenta grupos derechistas en la denominada, Confederación Española de
Derechas Autónomas, -CEDA- que también atrajo mayoritariamente el voto de la
mujer, que permitiría en el periodo que estuvieron en el poder durante la II
República.
En este contexto, las
elecciones de febrero de 1936 le concedieron una mayoría relativa al Frente
Popular que se negó a participar en un Gobierno burgués que, tras el asesinato
político de Gil Robles, jefe de la CEDA, hizo estallar un Golpe de estado
militar que derivó en una Guerra civil que duró de 1936 a 1939. La izquierda
revolucionaria española –comunistas, anarquistas, socialistas…- contestaron
desarrollando “el mayor ejemplo de violencia anticlerical de la historia
moderna” a
manos de delincuentes y presos políticos amnistiados por la II República. Para que
se hagan una idea, entre julio y diciembre de 1936 los republicanos asesinaron
a casi siete mil eclesiásticos, 4.000 de ellos fueron párrocos diocesanos,
2.365 hombres del clero regular, 283 monjas y 13 obispos. Estas cifras*, como
señala el profesor Burleigh, llegaron a eclipsar a las atrocidades
anticlericales de los jacobinos. Y no olviden que el clero no colaboró en el levantamiento
militar español. casi sin hacer prisioneros entre las tropas republicanas, cosa
común en ambos bandos, tanto como que la cúpula militar del Golpe no era muy
religiosa. El General Cabanellas era incluso un masón liberal de corte
moderado, Franco sólo dio muestras de fervor católico tras su matrimonio con
Carmen Polo y el General Mola se acordó de la religión cuando comenzó a dar
discursos radiofónicos para alentar el levantamiento popular.
Tampoco
debemos olvidar que el Vaticano siguió reconociendo a la II República, e
incluso llegó a no otorgar acreditación a los enviados de los nacionales,
durante el levantamiento, aunque Pío XI deplorase públicamente, el eje del mal
que se extendía desde Rusia, España y México, o el Cardenal Gomá denunciase la
existencia de una conspiración de la Komintern para hacer de España una
República comunista.
El
presidente Vladimir Putin, logro descobajar todos estos movimientos políticos y
religiosos y direccionar a Moscú a una iniciativa de producción y trabajo para empoderar
a Rusia del mejor estandarte de la bandera, su fe en la sociedad, alejando los
dogmatismos de trabajo religioso que crea vagos a los verdaderos valores de
cristianos y bíblicamente declaró, Dios creo hombre y mujer a la par de Donald
Trump, hecho histórico que regocijo el Espíritu de Dios que es la palabra y la
misma expresa: “ Escrito Esta”
Durante la II Guerra
Mundial el Imperio Británico pudo in extremis evitar la invasión de las islas
bajo el mando de Winston Churchill. El primer ministro era un hombre religioso
muy peculiar, pues como llegó a decir, prefería apoyar a la Iglesia desde fuera
a modo de arbotante. En este sentido cuando se acercaba, la <<batalla de
Inglaterra>> afirmó que esa batalla era crucial para la supervivencia de
la civilización cristiana tanto como para evitar que Europa se hunda en el
abismo de una nueva Edad Media, que será más siniestra y más prolongada por la
acción de las luces de una ciencia pervertida. Prueba de la fidelidad de estas
palabras la tenemos en Polonia donde, crucificada entre dos ladrones, se pudo
ver como nacional-socialistas y comunistas compitieron por erradicar el
cristianismo.
Con
la invasión de Polonia facilitada por la alianza totalitaria de Hitler y
Stalin; Pío XII tuvo que crear la Comisión Pontificia de Ayuda para
proporcionar alimentos, albergue y ropa a las muchedumbres de refugiados
desesperados de polacos que se esparcieron por toda Europa, así como reactivó
la Oficina de Información Vaticana para reunir a las personas separadas por la
invasión. Esta Oficina, en paralelo a la Cruz Roja Internacional, atendió y
localizó a dos millones de prisioneros de guerra; y Radio Vaticano llegó a
emitir 30.000 mensajes mensuales para localizar a personas desaparecidas. Dicha
labor fue extendida a Grecia y al norte de África cuando italianos y alemanes comenzaron
sus invasiones. La Santa Sede también organizó la creación de comités nacionales
de ayuda para facilitar la emigración a los judíos bautizados. En este punto
destacó Brasil que concedió tres mil visados. No olvidemos que Pío XII afirmó
en su encíclica Summi pontificatus de 1939 la unidad esencial del género humano
citando el pasaje de Gálatas 3, 28: <<Ya no hay judío, ni griego; ni
esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, porque todos sois uno en Cristo
Jesús>>. Hitler clamó contra los mensajes de Pío XII denunciándolo
públicamente por haber abandonado toda pretensión de neutralidad al denunciar
los crímenes y deportaciones masivas que tenían lugar en la indefensa Polonia.
Es más, uno de los episodios menos conocido de la resistencia católica al
nacional-socialismo comenzó, cuando a finales de 1939 el abogado bávaro Josef
Müller, miembro de la inteligencia militar germana en asuntos italianos,
estableció contacto en sus continuos viajes con Ludwig Kass, exiliado al cargo
de la Basílica de San Pedro, que servirían para encubrir los contactos de la
resistencia conservadora alemana con los representantes de las potencias
occidentales. En este contexto, el secretario de Pío XII, el jesuita Robert
Leiber, informó al Gobierno británico de la intención de este grupo de dar un
Golpe de estado tanto como, de sondear si Gran Bretaña lo apoyaría si tuviese
éxito. El Papa se involucró personalmente en esta conspiración al comunicarle
al Embajador británico en el Vaticano, D´ Arcy Osborne, que había mantenido una
reunión con varios Generales alemanes –entre ellos al General Ludwig Beck viejo
amigo suyo– donde se pidieron garantías, de un acuerdo de paz honorable
mediante la restauración de Checoslovaquia y Polonia, la permanencia de la
unión de Alemania y Austria y la formación de un Gobierno federal democrático y
conservador.
Los cristianos alemanes
tuvieron que enfrentarse al hecho, de que una religión política había
conseguido confundirse con la identidad, la historia y el destino de la nación;
recordemos que los reformistas no tenían ninguna jerarquía religiosa
protestante, ni recursos teológicos suficientes, que se pudiera oponer a la
opresión del nacional-socialismo. Bien es verdad, que el teólogo suizo Karl
Barth, que enseñaba en Bonn, redactó la declaración de Barmen donde fue uno de
los pocos que alzó su voz contra la pretensión del Estado, de ser el orden
único y totalitario de la vida humana, así como las pretensiones de los cristianos
alemanes de integrarse dentro del Estado nacional-socialista. Pero la mayoría
protestante se inclinaba por pastores como Martin Niemöller que en sus sermones
a su congregación de Dahlem afirmaban, que los judíos han sido la causa de la
crucifixión de Cristo y portan esa maldición porque sus padres rechazaron el
perdón. Por otra parte, el clero anglicano fue total y profundamente hostil al
Totalitarismo tanto como a las ideas raciales germanas. En este sentido, el
obispo conservador Herbert Hensley Henson destacó por ser el más franco cuando
afirmó, que los nazis eran pederastas neopaganos, los fascistas unos matones o
que si un italiano patriota matase a Mussolini o un alemán en pro de la moral
más elemental matase a Hitler, él les daría sepultura cristiana sin vacilación.
En este contexto, debemos
recordar, aunque no sea políticamente correcto, que Sigmund Freud tras sus
escritos contra la religión, terminó en 1938 reconociendo que la Iglesia
católica fue la que alza una poderosa defensa contra la expansión de este
peligro [totalitario] para la civilización; y en una segunda carta a su hijo
añadió la esperanza de que la Iglesia católica es muy fuerte y ofrecerá una
resistencia firme. O que Albert Einstein dijo en la revista Time que “sólo la
Iglesia se mantuvo firme frente a la campaña de Hitler por ocultar la verdad.
Yo nunca había sentido antes ningún interés especial por la Iglesia, pero ahora
siento una gran admiración por ella, porque ha sido la única que ha tenido el
valor y tenacidad para defender la libertad moral y la verdad intelectual. Me
veo obligado a confesar que lo que en otros tiempos desprecié lo alabo ahora
sin reservas” .
Desgraciadamente la
oportunidad se perdió. Pero el Papa de Hitler siguió en contacto con esta
organización y cuando fue informado en marzo de 1940 de la fecha de la ofensiva
en el oeste, pasó de inmediato la información a Londres y París para
desbaratarla.
El irracionalismo que la razón dibujó en las fantasías
nacional-socialistas permitieron la concepción de Europa, como una tabula rasa
donde experimentar el nuevo orden alemán, donde se eliminaron las Iglesias, se
prohibió la enseñanza religiosa, se segregaron las razas, se internó a 1.700
sacerdotes en Dachau, se creó un campo especial para monjas, se prohibió a
funcionarios y profesores del III Reich pertenecer a ninguna Iglesia, se
desarrollaron programas médicos para la eliminación de la vida indigna y la
esterilización eugenésica… para poder implantar las tendencias cientificistas y
apocalípticas de la nueva profecía que contrariaban todos los derechos
positivos y naturales del ser humano, como denunció el Santo Oficio el 6 de
diciembre de 1940.
En esta línea, el célebre
obispo August Clemens Graf von Galen de Münster, ante los embargos eclesiales
de la Gestapo en 1941, comenzó a dar una serie de sermones en Pro de la
justicia y denunciando los asesinatos eugenésicos del III Reich como signo del materialismo
repugnante contra el orden moral, en el que se cimentaba la sociedad. Y gracias
a ejemplos como este, poco a poco, se fue conociendo la profundidad de las
atrocidades hitlerianas y el presidente norteamericano Theodor Roosevelt acordó
con Pío XII que trabajase en la neutralidad italiana.
Así que estos países son
responsables del mundo de hoy y se aprestan a entrar al nuevo orden mundial.
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